Seguramente, alguna vez te has encontrado con el incómodo mensaje “No soy un robot” al intentar acceder a una página web. A veces, el reto es más complicado: identificar semáforos, bicicletas o puentes en imágenes distorsionadas. Estos desafíos son conocidos como captchas, y su objetivo es asegurarse de que detrás de la pantalla haya una persona, no un bot automatizado.
Los captchas existen para protegernos de los bots, que son programas capaces de hacer tareas automáticas, pero que pueden ser usados de manera maliciosa, como el robo de información o el envío de spam. Originalmente, eran textos que las máquinas no podían leer, pero con el tiempo evolucionaron a pruebas visuales más complejas, hasta llegar a las simples casillas de «No soy un robot».
El nombre captcha proviene de las siglas en inglés «Completely Automated Public Turing test to tell Computers and Humans Apart», o en español «Prueba de Turing completamente automatizada y pública para diferenciar computadoras y humanos». Esta prueba permite verificar que quien está interactuando con un sitio es un ser humano, algo que los bots no pueden hacer fácilmente.
Aunque los captchas son una herramienta útil para evitar el acceso no deseado de programas automatizados, no siempre son infalibles. Un estudio de la Universidad de Stanford reveló que, aunque los humanos tardan un promedio de 9 segundos en resolverlos, algunos programas de inteligencia artificial pueden hacerlo en menos de un segundo, lo que plantea interrogantes sobre su efectividad.
Más allá de la seguridad, los captchas también están ayudando a entrenar inteligencia artificial. Al identificar imágenes, estamos contribuyendo al aprendizaje de sistemas que mejoran el reconocimiento de objetos, como en los autos autónomos. Así que, aunque a veces parezca una molestia, tu interacción está ayudando a que la tecnología avance.