El majestuoso Grand Théâtre de Ginebra se transforma, una vez al año, en un lugar mágico donde los espectadores no solo escuchan ópera… también duermen en ella. En una experiencia única que mezcla arte, música y convivencia, más de 180 personas pasaron la noche dentro del emblemático edificio suizo, convirtiendo la solemnidad del recinto en un espacio de relajación y juego.
Desde las 20:00 horas, familias con niños, parejas y grupos de amigos ingresaron con edredones, almohadas y hasta colchones inflables, listos para instalarse entre los dorados, frescos y palcos de terciopelo rojo del auditorio. Mientras algunos buscaban la comodidad de los palcos por mayor privacidad, otros se acomodaron en pasillos, salones y el patio de butacas bajo un techo iluminado con luces que simulan la Vía Láctea.
Una ópera para vivir… y dormir
Carolina Marques Lopes, abogada, bromea con su peluche en mano: “Es por si el fantasma de la ópera viene a visitarnos”. Como ella, muchos de los asistentes disfrutaron de la experiencia rompiendo con la rigidez habitual del teatro lírico. “Creo que los puristas no se imaginan que alguien pueda dormir aquí. Es una locura”, comenta Carine Lutz, profesora de Derecho.
La iniciativa, creada por el propio teatro, busca “abrir espacios para hacer cosas que normalmente no se hacen aquí, como correr en pijama”, explica la dramaturga Clara Pons. Lejos del protocolo habitual, los participantes se sienten más cercanos entre sí, compartiendo un ambiente cálido y distendido.
Música, arte y descanso entre bastidores
Antes de acostarse, los asistentes recorren durante más de dos horas la ópera en penumbra, guiados por luces fluorescentes y acompañados por interludios musicales a cargo del conjunto barroco Los Argonautas. La velada culmina con un concierto a la carta del pianista italiano Marino Formenti, quien interpreta desde Chopin hasta Pink Floyd, según su inspiración y la del público.
“Decidí no imponer un programa, sino traer piezas muy variadas que me gusta tocar”, comenta Formenti. Así, mientras ángeles pintados y frescos de cielos olímpicos adornan las paredes, los asistentes se entregan al descanso bajo mantas y colchones hinchables tamaño queen.
Stefanie Neves, una de las asistentes, cuenta: “Agarramos lo que teníamos en el sótano para disfrutar al máximo. Aunque, claro, tuvimos que mover el colchón por si el candelabro caía”.
Una noche diferente que se convierte en tradición
La experiencia ya cuenta con fanáticos que repiten cada año. Adrien Mangili, en su tercera participación, asegura que “hay que llegar con tiempo para encontrar un buen lugar. Para los niños es más fácil dormirse si tienen algo de privacidad”. Su hija Phèdre, de solo 7 años, resume la magia del evento: “No todos los días se puede dormir aquí”.
Dormir en la ópera de Ginebra ya no es solo un sueño para los amantes de la música clásica, sino una experiencia cultural inclusiva y transformadora, que reinventa la relación entre el público y los grandes espacios artísticos.