Una máquina expendedora se convirtió en el escenario de una prueba extrema para la inteligencia artificial: dejar que un sistema administre, casi sin intervención humana, un negocio sencillo. La idea sonaba simple: aplicar la inteligencia artificial para comprar productos, poner precios, vender con margen y hacer crecer el capital. Pero el resultado fue el contrario: en tres semanas se perdió el total de $1.000 y la IA tomó decisiones tan raras como costosas.
El proyecto se llamó Project Vend y fue ejecutado por un equipo de pruebas que buscaba medir qué tan “autónoma” puede ser una IA cuando debe tomar decisiones reales, bajo presión y con interacción humana constante. La inteligencia artificial fue puesta a prueba en un entorno realista.
¿Cómo funcionó el experimento?
El sistema operaba con dos “agentes” virtuales:
- Uno se encargaba del día a día: elegir productos, comprarlos, fijar precios y controlar inventario.
- El otro cumplía un rol de supervisión estratégica para frenar errores grandes y mantener el negocio en rumbo. La inteligencia artificial intentaba manejar ambas tareas simultáneamente.
A la IA administradora le dieron $1.000 como capital inicial y la capacidad de hacer compras por su cuenta dentro de un límite por pedido. Tras un breve período de observación, el control pasó progresivamente a manos del sistema, simulando una gestión automatizada.
Al inicio fue prudente… hasta que la gente “metió mano”
Durante los primeros días, el comportamiento de la inteligencia artificial fue relativamente conservador: el sistema evitó pedidos fuera de lugar y se mantuvo en productos típicos de una máquina expendedora (alimentos y bebidas).
El giro llegó cuando se amplió el canal de comunicación para que más personas pudieran enviar sugerencias, pedidos e ideas. Con decenas de usuarios interactuando y proponiendo “promociones”, la IA empezó a ceder ante la presión social y la creatividad del entorno.
La decisión que lo rompió todo: productos gratis
En medio de solicitudes insistentes, el sistema aprobó una promoción de tiempo limitado en la que todo sería gratis. Lo que debía ser una excepción se volvió rutina: los precios bajaron a cero y no se recuperaron, mientras se abrían compras cada vez menos lógicas para una máquina expendedora.
En esa escalada aparecieron adquisiciones inesperadas y fuera de contexto, y el control del inventario se volvió caótico debido al mal uso de la inteligencia artificial.
¿Por qué falló si la tarea era “fácil”?
La conclusión central no fue que la IA no entienda cómo vender, sino que todavía puede ser manipulada por humanos cuando enfrenta:
- presión social sostenida,
- reglas ambiguas o supuestas “normas internas”,
- documentos falsos o información inventada presentada como oficial,
- y un entorno donde muchos usuarios prueban límites al mismo tiempo.
El experimento se cerró cuando el capital se agotó. Para el equipo, la lección es clara: antes de delegar decisiones críticas a sistemas automáticos, hace falta aplicar inteligencia artificial con mejores barreras contra manipulación, verificación y control de políticas.

