Yayoi Kusama, reconocida mundialmente por sus instalaciones inmersivas y sus característicos lunares, no solo ha transformado la historia del arte contemporáneo: también ha convertido su lucha personal con el TOC, la esquizofrenia y la depresión en una obra de vida. Desde hace más de 50 años, vive por voluntad propia en un hospital psiquiátrico en Tokio, Japón, donde continúa creando sin descanso.
Nacida en 1929 en Matsumoto, Kusama desafió las expectativas de su familia y del conservador entorno japonés en el que creció. Desde pequeña experimentó alucinaciones visuales y patrones obsesivos, que con el tiempo se reflejarían en su obra artística. A pesar de los obstáculos, estudió arte en Kioto y, más tarde, se trasladó a Nueva York en los años 50 para irrumpir en la escena artística más competitiva del mundo.
Kusama se ganó un lugar entre los grandes del siglo XX con su serie Infinity Net y sus performances radicales, en las que combinó cuerpos, pintura y protesta social. Sin embargo, la presión, el aislamiento y los problemas de salud mental la llevaron a regresar a Japón en 1973, donde decidió internarse voluntariamente en una clínica psiquiátrica. Desde entonces, su estudio se encuentra justo al frente del hospital.
El arte como refugio
Lejos de retirarse, Kusama convirtió ese entorno en el epicentro de su creatividad. Su obra, que incluye pintura, escultura, literatura, moda e instalaciones, ha sido exhibida en museos como el MoMA, el Tate Modern y el Centro Pompidou. Sus salas de espejos infinitos y calabazas gigantes se han convertido en símbolos del arte contemporáneo y fenómenos virales en todo el mundo.
En los últimos años, Kusama también ha colaborado con marcas de moda como Louis Vuitton, llevando su estética psicodélica a una audiencia global sin perder la profundidad emocional de su mensaje.
Un legado de resiliencia
La historia de Yayoi Kusama es la de una artista que canaliza el dolor, la obsesión y la disociación en un universo visual único. Su arte es una forma de meditación, una manera de ordenar el caos interno que su mente le impone. A sus más de 90 años, continúa trabajando diariamente, fiel a una rutina que combina la disciplina artística con la introspección emocional.
Kusama no solo redefinió el arte con su estilo inconfundible. También dio visibilidad a los trastornos mentales desde una perspectiva de humanidad, poder y belleza. Su vida es prueba de que el arte puede ser no solo un medio de expresión, sino también de sanación.